Les nostres recomanacions i propostes

En cierto sentido, la máscara puede entenderse como la antítesis del rostro: representa un orden de absoluta superficialidad, en contra de la lógica de la profundidad y alteridad que compone el segundo término. Pero quizá, esta intuición sea demasiado inocente. Precisamente por ser una zona de superficie, la máscara revela todas las posibles tensiones sociales que constituye su tejido. El breve pero minucioso ensayo de Staronbinski realiza una descomposición de las múltiples dimensiones sociales y filosóficas que ha jugado el papel de la mascarada a lo largo de la historia. De este modo, no se puede hablar de la máscara en una sola dirección, pues ella misma cumple una función biopolítica (control de los cuerpos a través de festividades como el carnaval) pero también táctica (el anonimato silenciosamente instaurado de las máscaras permite a su vez, la huida en las sociedades de control estableciendo una de zona de excepción permanente) y a su vez, histórica: las máscaras y sus consecuentes reiteraciones nos permiten analizar los fracasos y anhelos con los que soñaba cada civilización, donde cada sujeto encarna el sueño fallido a través de la nueva piel. En este último sentido, Starobinski realza el valor histórico de la farsa: más allá de la máxima marxiana de la repetición histórica, lo que precisamente revela la máscara son las contradicciones que cada época sublima en su reiteración. La máscara es la zona donde el inconsciente juega a través de la ocultación-desocultación, pero en ese mismo juego es donde se revela una suerte de hauntologia. Por ello el carnaval muere, pero las máscaras se mantienen en un orden espectral, como se mantienen los ideales que cada circunstancia histórica cede a la siguiente generación.

Desde una reflexión dionisiaca que investiga la construcción de lo político desde las propias fuerzas vivas que quedan involucradas en la mascarada, Starobinski recuerda que son precisamente los fascismos quienes mejor han sabido interpretar el poder que propicia su propia farsa: nada mejor que un nuevo hombre, un nuevo mito, para dar sentido a una sociedad absolutamente desesperanzada. Entonces, si para algo sirve su propia interrogación, es para instarnos a reflexionar sobre la forma en la que nos disfrazamos, en la que encarnamos históricamente el sueño fallido. En última instancia, la pregunta del autor gira en torno a una fatalidad elegida, a una nueva forma de debilidad afirmada promovida como mito salvador. En definitiva, la interrogación gira en torno a cómo construimos y soñamos el tiempo presente, algo que quizás en nuestros días nunca esté de más elaborar.