Los seis cuentos que conforman
Trópico, originariamente publicados en 1946, constituyen el testimonio no solo de un autor, Rafael Bernal, sino también el alegato y la descripción minuciosa de una tierra: Chiapas. El estado más al sur de México es el verdadero protagonista de estos relatos; más concretamente, la zona de costa, con sus selvas, manglares y platanares. Al igual que
Gran Sertón: Veredas,
de João Guimrães Rosa, es la novela que describe de forma inigualable la región nordeste de Brasil y sus gentes, los cuentos de Bernal son pequeños guijarros que se identifican con un territorio y sus habitantes. El autor, tal y como nos informa Juan Pablo Villalobos en el prólogo, estuvo en esta región cuando apenas tenía dieciocho años trabajando en el cultivo del plátano, y la experiencia fue de tal magnitud, que le sirvió de fuente de inspiración para gran parte de su obra posterior: «A juzgar por la descripción cruda y desesperanzada de la realidad chiapaneca, podría decirse que Rafael Bernal fue a Chiapas lo que Joseph Conrad fue al Congo».
La división geográfica existente en Chiapas entre costa y montaña aparece reflejada metafóricamente en los relatos de Bernal; la sierra, con sus hombre duros y fuertes como las peñas, es la barrera que separa el ambiente insano de crueldad y miseria del estero, de la región más rica y próspera del interior. Los variopintos personajes que aparecen en los cuentos están plenamente identificados con esa tierra, sienten la vida que palpita dentro de ella y aprenden a convivir con la agria y dolorosa presencia de la muerte. Los «manglares sudorosos» y las «selvas agobiadoras» de la costa en contraposición maniquea con el aire puro y límpido de la montaña; en el estero, la vida es podredumbre en la podredumbre.