Les nostres recomanacions i propostes

Hay una experiencia paradójica en el duelo. Por una parte, - y aquí parafraseamos a Ngozi en Sobre el Duelo- hay necesidad de lenguaje. Por otra, imposibilidad de poder concretarlo. La ausencia opera en forma de una dialéctica cruel y traicionera: intentamos evocar un imposible, materializar desde el recuerdo a aquél que ya no permanece a nuestro lado, y al hacerlo; la realidad nos devuelve al punto de partida. No obstante, Raynor Winn nos ofrece una experiencia de duelo que, en cierto sentido, lucha contra todos estos aspectos.

Cuando comenzamos las primeras páginas de El sendero de la sal intuimos que vamos a enfrentarnos a un testimonio arduo, tan duro como real. Estos primeros capítulos resumidos en una suerte de mejunje de lágrimas y letras nos sitúan en un tiempo y un modo concreto: Raynor y Moth lo pierden todo, todo lo que en términos aristótelicos hace una vida plena. Pierden un hogar, la posibilidad de envejecer juntos, en definitiva; la trayectoria. Y es paradójicamente la ausencia de un horizonte lo que les permite a ambos plantear el sendero como una fuga de escape a todas las suspensiones a las que se enfrentan.

Podríamos pensar que después de acompañarlos en los primeros pasos del sendero, vamos a ser incapaces de continuar, pero Winn nos lo pone fácil. De hecho, sería injusto tachar el testimonio como pesimista o desesperanzador: El sendero de la sal es un constante sí a la vida. Sí a un nuevo amanecer, sí a un paso más. Sí al aguantar el hambre a medianoche, saciarse con las algas del mar y las moras saladas de los zarzales alrededor de la costa. Sin dejar de lado ninguno de los aspectos más crudos del camino, Winn transforma (o traduce) el proceso de duelo en lucha y nos contagia con su espíritu.

Frente al clásico manual de autoayuda que parece solucionar situaciones concretas con fórmulas abstractas, Winn nos da un testimonio de vida muy íntimo y personal sin pretensión alguna de universalización. Hay un fragmento que resume de una forma preciosa la “esencia” del sendero: así como los surferos miden la calidad de una ola en base a los vaivenes que la naturaleza haga sobre ella, la vida puede desarrollarse confiando en nuestra apuesta más alta. Y en ese lanzarse a las profundidades de la ruina, nos comprendemos a nosotros, al entorno que nos rodea y a quienes nos encontramos por el camino (la crítica a la situación de las personas sin hogar en Inglaterra es una constante en la narración de la británica)

Esto es El sendero de la sal: una lección de vida, un sí a la vida.