«La muerta de la que hablo está sola, relajada como después de hacer el amor, flota en este agua pura y ligera, puede que por fin haya encontrado su lugar». Caroline Lamarche comienza su relato adentrándonos en lo más profundo de su ser, nos arrastra con ella por el abismo de un sueño que la atormenta y la atrapa. Al final del abismo está ella con su belleza de hace veinte años, pálida y glacial; está muerta y en sus ojos cerrados miramos con asombro el dolor de la memoria de la mujer de ahora, que padece las secuelas de una relación
borderline, tóxica y devastadora que acabó por anularla. Silenciosa como el aire, la memoria de Lamarche se revela en un texto tan desgarrador como poético, repleto de metáforas visuales que evocan constantemente la idea de descenso: el
descensus ad inferos de la autora hasta el epicentro de su muerte; la bajada de la araña hasta el centro de la red, para comerse, noche tras noche, las cenizas que le arroja su verdugo.
El texto de la autora belga,
La memoria del aire, es el segundo título de la editorial Tránsito (Madrid, 2018) que nace de la mano de Sol Salama y de su apuesta por una literatura salvaje y visceral que transita por el lector hasta sacudirlo.
Andrea Vázquez