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Ressenya
Erica Van Horn
Aún nos queda el teléfono
«Dice que la edad mata por rigidez y que ella está comprometida a no quedarse rígida. Está convencida de que si sigue moviéndose se mantendrá con vida»
Per Júlia Freitas
18.1.2024
Los breves capítulos subrayan la distancia entre la narradora y su madre; un océano y una marcada diferencia horaria, salvadas solo por una línea telefónica utilizada una vez por semana. Desde su obsesión con los relojes y las fechas hasta una profunda consciencia del panorama político estadounidense, la narradora permite a los lectores encariñarse con esta nonagenaria que se mantiene joven y ágil gracias a sus pequeños rituales.
“Dice que la edad mata por rigidez y que ella está comprometida a no quedarse rígida. Está convencida de que si sigue moviéndose se mantendrá con vida” (108).
En su lucidez, la madre de la narradora se ve impulsada por una necesidad imperiosa de vivir bien y ser recordada. Esta urgencia por dejar huella y su obsesión por los obituarios llevan a la madre a pedirle a la narradora que le ayude a redactar su propia esquela, una tarea que debe reflejar con precisión su esencia. La novela que se nos presenta es, en última instancia, la visión de la narradora sobre lo que mejor configura su madre: sus obsesiones, insistencias, formas de ser y actuar, las lecciones impartidas a ella y a sus hermanos, y, finalmente, el evidente cariño que envuelve a la familia.