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La etiqueta de surrealista con la que se ha calificado la obra de Frida Kahlo proviene principalmente de la definición que de ella hizo el propio André Breton cuando en 1938, con motivo de unas conferencias, visitó México y vio por primera vez sus cuadros. Sin embargo, ella siempre quiso desvincularse de esa corriente explicando su pintura con la celébre frase “Yo no pinto mis sueños, pinto mi propia realidad”.
 
Entusiasmado con su pintura, André Breton invitó a Frida Kahlo a París para que formara parte de Mexique, una exposición que incluiría parte de su obra y de otros artistas mexicanos. La pintora emprendió el viaje a la capital francesa a regañadientes y una vez allí las cosas tampoco no mejoraron. El surrealismo se le presentó como algo muy ajeno y las tensiones entre Breton y ella no tardaron en surgir. En sus cartas Frida no esconde la profunda antipatía que siente hacia los representantes del grupo surrealista a los que denomina “condenadamente intelectuales y degenerados incapaces de llevar a cabo sus teorías”. A pesar de ello, su breve estancia en París le permitió relacionarse con los artistas mas destacados de la época y es a partir de entonces cuando su nombre comienza a conocerse internacionalmente.
 
A través de su diario, correspondencia y otros documentos personales, este libro reconstruye un episodio poco conocido en la vida de esta artista. Pero además nos desvela que, aunque es seguro que Frida Kahlo quiso mantenerse al margen del surrealismo y rechazó abiertamente sus ideas, lo cierto es que se sintió fuertemente atraída por su poderosa iconografía y resulta evidente la importancia que el movimiento y todo lo vivido en esos meses tuvieron en su posterior desarrollo artístico.