Les nostres recomanacions i propostes
Ressenya
Victor Klemperer: Diarios 1933-1945. Una selección
Quiero dar testimonio hasta el final
«Desde su posición extremadamente marginal, literalmente hablando, desde su frágil punto de observación desde el que tiene vedado el acceso a casi todo, tan solo unos días después de la llegada de Hitler al poder Victor Klemperer decide mantener la escritura de un dietario en el que ir registrando de forma detallada y minuciosa como bajo el dominio nazi todo se transforma»
Per Antonio Ramírez
29.9.2022
-Warum? (¿Por qué?) – le pregunté en mi pobre alemán.
- Hier ist kein warum (aquí no hay ningún porqué) – me respondió, lanzándome dentro con un empujón”.
Y concluye Levi: “si queremos sobrevivir tenemos que aprender rápidamente” ...” que en este lugar está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque esta es precisamente la razón de ser del Lager”.
Georges Didi-Huberman nos sugiere que de la misma manera que para Primo Levio el campo de concentración es por excelencia el lugar en el que “no hay porqués”, Victor Klemperer entiende la lengua totalitaria como un poderoso artefacto se impone sobre el conjunto de la vida social, cultural, administrativa y jurídica en el que no se prohíben los “porques”, del que se excluye cualquier pregunta por las intenciones, los propósitos, los objetivos, la justificación y la necesidad, donde cualquier interrogante es sustituido por eslóganes, frases hechas, clichés repetidos hasta la saciedad, vociferados en alaridos castrenses, como sí se tratara de dirigir hordas de animales ofuscados y desorientados; un lenguaje que “se centra por completo – dice Klemperer – en despojar al individuo de su esencia individual, en narcotizar su personalidad, en convertirlo en pieza sin ideas ni voluntad de una manada dirigida y azuzada en una dirección determinada, en mero átomo de un bloque de piedra en movimiento”.
Desde su posición extremadamente marginal, literalmente hablando, desde su frágil punto de observación desde el que tiene vedado el acceso a casi todo, tan solo unos días después de la llegada de Hitler al poder Victor Klemperer decide mantener la escritura de un dietario en el que ir registrando de forma detallada y minuciosa como todo se transforma bajo el dominio nazi. Comprende que el error de muchos de sus coetáneos ha sido despreciar al nazismo por burdo y primitivo; por el contrario, él decide no darle la espalda, escucharlo, observar y registrar, tratar de entender. Aplica sus saberes de filólogo y lingüista al análisis de la formación de este lenguaje “sin porques”; para denominar el objeto de su estudio, elige unas siglas, LTI, Lingua Tertii Imperi, permitiéndose ironizar con la afición de los nazis por las siglas. De manera precisa, analizando el vocabulario y las construcciones sintácticas, disecciona lo que identifica como el gran proyecto dominador de Hitler y Goebbels: edificar una lengua capaz de crear y pensar por el pueblo.
«El dístico de Schiller sobre “la lengua culta que crea y piensa por ti” se suele interpretar de manera puramente estética […] ¿Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas? Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico».
Lo suyo es, en toda regla, una deconstrucción “avant la lettre” del discurso nazi: cada expresión, cada palabra repetida, cada neologismo, sigla o lugar común expresa una manera de ver el mundo: “la palabra aislada permite de pronto vislumbrar el pensamiento de una época, el pensamiento general en que se inserta el pensamiento del individuo, por el que es influido y tal vez dirigido".
Las observaciones filológicas contenidas en los diarios fueron reunidas y publicadas en 1947 como LTI La lengua del Tercer Reich, libro que otorgó cierta celebridad en la antigua RDA a este filólogo, especialista en la literatura francesa de la Ilustración (en España lo publicó en 2001 Minúscula en traducción de Adam Kovacsis). Pero los diarios de Klemperer van aún más allá: como un entomólogo, en la observación de su propia vida y de los judíos asediados como él, pasa de describir las palabras a registrar los hechos y de los hechos, a abordar los sentimientos.
Desafiando al régimen en un temerario acto de resistencia, Klemperer decide continuar con su diario – sabiendo que con ello ponía en riesgo no solo su vida, sino también la de su mujer Eva, la de Annemarie, la amiga que oculta los diarios. Quiere dar testimonio hasta el final puesto que ofrecer a otros, quizás en el futuro, sus escritos será una forma de compartir sus emociones. Justamente lo que el lenguaje totalitario trata de impedir. Observando la vida a su alrededor, analizando y registrando sus propios sentimientos y emociones, Klemperer atiende, escucha y anota con precisión científica los cambios menores en los estados de ánimo, las dudas, los temores y las certezas de todas las personas con las que mantiene algún contacto: todo lo que tiene la vida de singular, de fluido, de cambiante, todo lo que se opone a la mecanización de la palabra impuesta por el LTI. "Escuchas con tus oídos y escuchas la vida cotidiana, precisamente la vida cotidiana, lo corriente, lo normal, lo carente de brillo y de heroísmo"- nos dice.
El suyo fue un esfuerzo titánico para oponerse a la “brutalización de la imaginación” – observa Didi-Huberman – que impone la lengua totalitaria: “ahogar la respiración, reducir cualquier plasticidad., cualquier capacidad de bifurcar o asociar libremente, con el fin de imponer el ”. Mantiene su diario aun en las condiciones más extremas, escrito con mil dificultades, con letra apretadísima, aprovechando cualquier milímetro de papel, con la imperiosa urgencia de consignar la verdad.
Klemperer recoge todo tipo de experiencias, especialmente las mutilaciones cotidianas a las que eran sometidos los judíos, incluso los que, como él, por razones circunstanciales y excepcionales no eran despachados a las cámaras de gas. Las prohibiciones crecientes, incluso sobre asuntos tan irrelevantes como comprar flores o mantener mascotas, la negación de cualquier libertad, de forma progresiva y radical, que conducía a la “deshumanización” total de los judíos, la negación de cualquier vestigio de humanidad, de cualquier sentimiento que pudiera ser compartido; nada de lo que es propio de la especie humana le está permitido a los judíos.
No sólo constata las prohibiciones, estigmas, amenazas, insultos, registros y torturas. También los “hechos de exterminio” -las deportaciones a los campos, el hambre, el recurso al Veronal- que golpean a sus amigos y familiares. Pero, más allá de los hechos, Klemperer se propone un “testimonio de las emociones”; no en el sentido de mostrar su íntima sensibilidad, sino de registrar los cambios bruscos a los que son sometidos los afectos y los sentimientos de las personas sometidas a la brutalidad, apuntando que este “mapa de los afectos” contiene una verdad central y profunda -vivida de manera singular, pero a la vez colectiva-: la angustia que significa vivir cada momento ante la inminencia de un crucial y definitivo cruce de caminos, una cruel disyuntiva a partir del cual uno puede encaminarse bien por la vía de la muerte o bien por la vía de la supervivencia, sin que exista una lógica previsible, un “porqué” que permita prepararse o anticiparse.
El hecho, que también constata Klemperer, que el efecto de la imposición totalitaria sea ante todo la indiferencia, impide que esta verdad pueda ser compartida. En efecto, las personas se sienten privadas de futuro, de porvenir; la indiferencia a lo que vendrá, la fijación de la atención exclusivamente en el día a día y en la supervivencia más inmediata, los convierte en insensibles, incapaces de distinguir lo que es falso de lo que es verdadero; las personas se convierten en seres apáticos y dóciles porque sólo piensan en una única cosa: salvar su piel, todo lo aceptan a cambio de un día más de vida. Así, la experiencia esencialmente humana que consiste en compartir las emociones queda excluida, negada su posibilidad.
El objetivo del dar testimonio hasta el final no es otro más mostrar la verdad de lo negado: lo individual, el trazo singular único de una experiencia, de cientos de pequeños detalles en su carácter único pero elocuente. Y compartirlo, narrarlo para transmitirlo a otros en un gesto de solidaridad que desafía la prohibición, un gesto de resistencia.
Enfrentar a lo inhumano desde lo más genuino de lo humano, tal es el propósito de Klemperer.