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Dinámica como la que más, plena de la efervescencia de todo lo nuevo, principal polo industrial del país y receptora de cientos de miles de inmigrantes empobrecidos, escenario de una lucha más feroz entre sindicatos y patronal, tras el final de la Gran Guerra Barcelona no solo fue «una rosa de fuego»; también habría sido el crisol y el espacio social donde germinó el primer «fascio» español: un movimiento autoritario, de raíz castrense, que se apoyó en grupos armados violentos –el somatén, el «Sindicato Libre»–, que actuó sin responder ante el gobierno de Madrid, despreciando al Parlamento y a los partidos políticos, pero con el total respaldo de los patricios locales.

Vista en perspectiva, la situación se asemeja a la vivida por entonces en Milán y Münich. Pero la génesis de esta fuerza autoritaria y militarista no se entiende sin la experiencia colonial: fue primero en Cuba y más tarde en Marruecos donde los militares desarrollaron los primeros gobiernos dictatoriales, sin atender a leyes ni instrucciones de la metrópoli, apoyándose en los «voluntarios» paramilitares y con plena anuencia de las élites esclavistas. Tras la pérdida de Cuba su experiencia se aprovecha en Barcelona. Los militares se enfrentan aquí a un doble desafío: por un lado, la CNT con su aspiración revolucionaria; por otro, los partidos catalinistas con sus reivindicaciones de autonomía. Un terreno nada extraño para ellos: saben bien cómo reprimir revueltas de esclavos y de criollos separatistas. Se constituyeron entonces las, así llamadas por los autores, «capitanías cubanas», base para dos primeras dictaduras de ámbito catalán: la de Milans del Bosch en 1918 y la de Martínez Anido en 1920. Más tarde vendrían los fascismos ideológicos de Redondo en Valladolid y Ledesma en Madrid y las dictaduras a escala estatal de Primo de Rivera y Franco.
También entonces Las Ramblas fueron escenario para tan oscura e intrincada historia.