Desde siempre, el hecho de vivir de una manera intensa una pasión amorosa se ha considerado como una mancha negra a la hora de valorar la capacidad intelectual de una mujer, un hecho que en cambio no se da en el caso de los hombres. Muchos criticaron, por ejemplo, a Mary Wollstonecraft #la autora de los Derechos de la mujer- por haber sucumbido al amor por un hombre hasta el punto de intentar dos veces el suicidio; en cambio, Petrarca pudo dedicar toda su vida a suspirar por Laura, sin que eso mermara su prestigio de poeta. Las hazañas eróticas de los hombres son un plus en la consideración de su prójimo; las aventuras de las mujeres son deslices que pueden distraerlas de sus tareas de profesionales... Lo curioso es que ese prejuicio no está instalado solo en la mente del varón, sino que ha sido cultivado por el movimiento feminista, que veía la relación heterosexual como una experiencia cercana a la violación y consideraba toda relación romántica entre hombre y mujer como un signo de debilidad.
Hoy, en pleno siglo XXI, el miedo a la enfermedad y el gusto por la eficacia han reducido el arrebato amoroso a un juego controlado y a menudo aburrido, que puede durar una noche o alargarse hacia una vida de pareja dictada por la sensatez y el cálculo. ¿Dónde ha quedado entonces la locura amorosa?
Al hilo de las teorías y experiencias que nos ha dejado la tradición de Occidente #desde Dante y Shakespeare a Emily Dickinson y Simone Beauvoir-, alternando conceptos abstractos y apuntes de vida real, Nehring propone un nuevo acercamiento a la pasión, entendida como una lucha vital que nos hace crecer como individuos. Seamos hombres o mujeres, esa locura amorosa que, contrariamente a lo que suele decirse, nos vuelve clarividentes con respecto al otro, es finalmente una de las nuevas y hermosas reivindicaciones de nuestro siglo.