Cine y exilio. Forma(s) de la ausencia

Cine y exilio. Forma(s) de la ausencia
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Lo que tal vez pudo ser una de las causas de la derrota republicana, ese bullicioso desorden de las masas febriles y ardorosas que pueblan los reportajes de guerra del bando leal al gobierno democrático, habría de convertirse poco después en la más dolorosa procesión de gentes humilladas y mutiladas, apenas sin rasgos y sin nombre, abandonando para siempre su país y dejando a su paso tan profundas cicatrices en la dolorida tierra española que las cámaras cinematográficas no podrán dejar de notar, aun sin quererlo, su ominosa presencia.
Caso singular será, entre los exiliados, el de la gran actriz gallega María Casares, nacida en 1922 e hija del primer ministro de la II República en el momento de la sublevación militar, Santiago Casares Quiroga. Obligada en su fulgurante aprendizaje parisino a un doloroso intento de evacuación de todo lo que le unía a sus idiomas natales –una castración de lenguaje que constituía una forma más de desarraigo y melancolía–, su relevante filmografía estará marcada por inolvidables interpretaciones de mujeres abandonadas y heridas, como la Nathalie de Les enfants du paradis (1943-1945) o a la princesa de la Muerte en el célebre Orphée de Jean Cocteau (1950).
Esa perdida irremediable, convertida para siempre la tierra natal en inalcanzable objeto de deseo, atraviesa también, y en lo más hondo, la estremecedora En el balcón vacío (1962). Escrita, con fuertes resonancias autobiográficas, por María Luisa Elio y dirigida por su marido Jomí García Ascot, exiliados en México, el filme es, en rigor, el ejemplo por excelencia de cine español en el exilio, formado por fragmentarias imágenes-recuerdo en las que el tiempo de la infancia de su protagonista, Gabriela, y de la irrupción de la Guerra Civil en su vida a los siete años, se entremezcla con el presente, en el devenir, aun no conscientemente querido, de la memoria. Íntimamente vinculada a la posterior El espíritu de la colmena (Victor Erice, 1973), el gran film del exilio interior y del cine español al que influye directamente, la todavía escasa difusión del extraordinario título mexicano nos obliga a repensar nuestra deuda con los exiliados y a valorar cualquier aproximación –fílmica, plástica, literaria– que reivindique el valor y el sabor de la memoria.
De esas y otras películas –aproximándonos a ellas con las armas metodológicas del análisis fílmico, sin despreciar la necesaria contextualización histórica– tratan de dar cuenta, lúcida pero apasionadamente, las páginas de este libro.
De esas y otras películas –aproximándonos a ellas con las armas metodológicas del análisis fílmico, sin despreciar la necesaria contextualización histórica– tratan de dar cuenta, lúcida pero apasionadamente, las páginas de este libro.