Paraíso de los creyentes
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Paraíso de los creyentes
El paraíso de los creyentes es una reflexión sobre el valor de la imagen y de la palabra en el contexto de la trayectoria artística de su autor. Palabra e imagen se entrelazan en nuestras cabezas en un baile frenético; la suya se adentra en territorios literarios al tiempo que piensa en imágenes. García-Alix es un poderoso narrador, sea cual sea la forma en que se exprese: fotografía, escritura o vídeo; el medio tiende a pasar a un segundo plano para un creador que, en cada nuevo proyecto, va sacudiendo sus propios límites. Los de la fotografía, cuyo marco transgrede en sus trabajos más recientes con imágenes abstractas, oníricas, cada vez más alejadas de su referente, hasta el punto de suscitar la duda de su existencia y, sin embargo, expresan su emoción con la mayor profundidad. La voz del artista nos conduce a un universo de sensaciones, una nueva realidad que nace del choque entre la idea y nuestra posibilidad de imaginar, de empatizar con ella. Su capacidad para mantenerse a la vez con los pies en el suelo y la cabeza en las nubes, nos introduce en el juego de la realidad y la representación. No sabemos si lo que dice es lo que ve, o si lo que ve es lo que calla; García-Alix nos introduce en un cuento en primera persona. Él mismo se reconoce en el protagonista de las historias que nos relata, incluso las de la literatura, constante influencia para este autor, siempre ligado a los personajes que transitan el límite, de las que se apropia convirtiéndose a la vez en narrador y personaje. El paraíso de los creyentes nos introduce, a través de su voz y sus imágenes, en las entrañas de algunos pasajes de Conrad y Céline, creando entre ellos un estrecho vínculo: una metanarración. Al enfrentarse a su propia obra, García-Alix lucha en ambos bandos y transita entre ellos sin caer herido: presencia y ausencia, el eterno juego de la percepción. Presente y pasado se mezclan en esta ficción en la que el autor nos proyecta su autorretrato, guiándonos a través de una mirada que arranca directa y que poco a poco se va tornando oblicua. Una visión múltiple que alcanza el fondo emocional de la representación como si pudiese traspasarla, rodearla, trascendiendo su bidimensionalidad. Amor, miedo, deseo y muerte: la vida como narración. García-Alix nos presenta el escenario y los actores de un «circo» en el que actúan los personajes que han desfilado por su cámara y a él mismo, como payaso y arlequín. Las imágenes son microhistorias que multiplican las lecturas, huellas de un pasado al que el autor retorna, como si volviese a la escena del crimen.Testigos y víctimas se confunden en un delito del que nos hace cómplices. Las imágenes son la prueba, la palabra, su confesión. Una vez más, Alberto García-Alix nos sorprende con un relato personal que nos acerca a su emoción, al núcleo de la creación, donde se forjan estructuras con finales abiertos, capas narrativas que, al colisionar, generan nuevas realidades, desplegando una poderosa energía que el artista emplea para atraparnos en su red, tejida a través de imágenes y palabras.