La ciudadela interior


La ciudadela interior

Escribiendo las Meditaciones, Marco Aurelio construye en sí mismo una
ciudadela inaccesible a las turbaciones de las pasiones. Pero esta ciudadela,
donde reina la serenidad, no es una torre de marfil en la que se refugiaría en un
egoísmo trascendente; es más bien a la vez el lugar elevado desde donde se
accede a un inmenso campo de visión y la base de operaciones que permite
actuar en la lejanía. Dicho de otro modo, las Meditaciones son el libro de un
hombre de acción, que busca la serenidad porque es la condición indispensable
de la eficacia y para quien la acción humana no tiene valor profundo y duradero
más que si se inserta en la perspectiva del Todo del Universo y de la comunidad
de todos los hombres. Pero semejante actitud no es otra que el estoicismo
mismo, precisamente bajo la forma en la que Epicteto se la había revelado a
Marco Aurelio. Cuando el emperador se esfuerza en su libro en practicar tres
disciplinas fundamentales: ver la realidad tal como es liberándose de todo
prejuicio pasional, aceptar con amor los acontecimientos tal y como resultan del
curso general de la Naturaleza, actuar al servicio de la comunidad humana, no
hace sino ejercitarse en las tres partes de la filosofía tal y como Epicteto las
había definido. Las Meditaciones se organizan entorno del esquema ternario.
Por eso la presente introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio podrá ser
leída en cierto sentido como una introducción al estoicismo antiguo. ¿No habría
finalmente un estoicismo eterno que, a través del tiempo y del espacio, sería una
de las actitudes posibles de la conciencia humana?