El curioso mundo de Calpurnia Tate


El curioso mundo de Calpurnia Tate

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La primavera se transformó lentamente en verano, con su inevitable calor aplastante y nuestras inevitables quejas a cuenta de ello. Viola decía que hacía tanto calor que las gallinas estaban poniendo huevos duros. Yo me quejaba menos que los demás porque a mediodía me escabullía con frecuencia al río, mientras que ellos preferían refugiarse en sus habitaciones, con los postigos cerrados, y echar una siesta agitada y sudorosa. Como no tenía traje de baño, me desnudaba hasta quedarme en camisola y flotaba de espaldas sobre los suaves remolinos, contemplando las nubes del cielo, en cuyas siluetas buscaba escenas y formas curiosas: ahí había una tienda india; allí, un ardillón bailando; allá, un dragón echando humo.