Ala prístina

Ala prístina
En dirección contraria al paso del tiempo, la voz que nos habla desde estos versos audaces, escritos en «esa época [que] nos hacía llorar por tener que avergonzarnos del amor y el deseo» (en los años setenta de «masturbaciones en los baños»), es una voz que parece nacer en nosotros al leerla, de tan fresca y de tan actual que es en su reclamo de inocencia. «¿Ganaremos las formas humanas?» […] «Venimos del agua» […] «aún podemos ser botánicos». Con una propuesta paralela a la de algunos de los pintores que invoca —Gauguin, Cezanne o Myra Landau—, quienes son llamados para dar cuenta del camino trazado con tierra desde el agua que nos habita, como un reconocimiento a nuestra esencia de pájaros o de reptiles, Mara Larrosa se ubica (sin forzar las perspectivas) en la Ciudad de México de los infrarrealistas y en el planeta entero, vistos ambos como un hábitat donde sobrevivir es sólo posible a través del cuerpo y la memoria de su origen, asumiendo la naturalidad pura e ingobernable del deseo sexual de unos a otros, y recordándonos lo que tenemos de especie animal irredimible, lo que debemos a nuestra especie, ese olfato insaciable que le hace decir: «Soy feliz de oler a tanta gente». Estos poemas son, sin haberlo pretendido, una invitación a «desbaratar los miedos» que hoy proclaman la sana distancia, y un aviso divino acerca de nuestra propia eternidad que no es física, pues «no son esas formas las perdurables, / sino lo que hace que ellas existan, respiren». (Claudia Kerik)